miércoles, 30 de enero de 2013

Dedicado a las abuelas que
ya no están con nosotros

 










Por: Jorge Rubio
Foto: Marco Orihuela

Transcurrían los años 80 y en Chile vivíamos en plena dictadura. Entonces ya sabíamos de aquellos que habían tenido que buscar refugio en países solidarios con la causa de quienes nos oponíamos al régimen dictatorial. Nuestra infancia, y buena parte de nuestra juventud, la vivimos ajenos a esto de saberse y sentirse perseguido por esos eternos personajes desconocidos que nos acosaban, no siempre en la sombra.

Muchas familias, humildes como la nuestra, y como la de la mayoría de aquellos que sufrieron los embates de la dictadura, empezamos a saber de conocidos y amigos que se despedían, sin más, de sus propias familias, o de los amigos más cercanos, o de quienes alcanzaba  a despedirse. Esto, que empezó como un rumor, muy pronto se transformó en un temor, como una garra negra que nos acechaba y nos cercaba, más y más cada día. Hasta que lo inevitable ocurrió. Una madrugada esta garra enorme copó nuestro hogar, y el hogar de nuestros vecinos y amigos y compañeros. Entonces supimos de la ausencia en el hogar de nuestros seres queridos. Y comprendimos, muy luego, ese lenguaje silencioso que hablaba “de irse al exilio”. No sabíamos dónde quedaban Suecia, ni Noruega ni Dinamarca. Sólo sabíamos que era muy lejos, al otro lado del mundo, en un lugar con mucha nieve y mucho frío, con un idioma imposible, y lo más terrible era que a nuestros seres queridos no los volveríamos a ver, quizás, nunca más. Muchos no asimilábamos en toda su magnitud el significado profundo de esta acción. Con el correr de los días un nuevo término se incorporaba a nuestro lenguaje cotidiano: La “cuota dólar”, que resultaba ser un alivio en ese momento, cuando asomaban gastos nuevos,  impensados algunas semanas atrás.

Había que acompañar, primero, a alguno de nuestros hermanos al aeropuerto, muy pronto a sus esposas y a sus hijos pequeños. No sabíamos cómo se llegaba al aeropuerto, ni qué hacer en el aeropuerto.

Temprano esas mañanas, muy temprano, las casas amanecían tristes. Una parte grande de la familia partía al exilio. En un pequeño bolso se cargaba lo justo, que era todo lo que tenían. Los niños portaban en sus manos aquello que no podían abandonar: alguna muñeca, sus cuadernos, quizás algún juguete regalón.

De alguna manera, juntando monedas de donde no había, las familias llegaban a ese aeropuerto infame. Viajaban sólo aquellos que alcanzaban un lugar en el transporte. Para los otros, la despedida se hacía en la calle, junto al vehículo que algún amigo o pariente facilitaba, ante las miradas curiosas de los vecinos. Algunos, los más osados, se atrevían y se acercaban a despedirse de los viajeros. Para los otros, era peligroso verse con ellos.

El aeropuerto de Pudahuel nos recibía de mala manera. Las despedidas, los últimos abrazos, junto a las últimas lágrimas, se entregaban en la puerta de embarque, en ese límite que señalaba que acá terminaban los años de familia en común y comenzaba una aventura totalmente desconocida para los que emigraban, entre el bullicio de los pasajeros y de los curiosos que miraban, muchas de las veces, indiferentes a este drama.

Ahora había que lograr un espacio en el balcón de ese restaurante, desde donde se alcanzaba a divisar una parte del avión, pero eso implicaba consumir alguna bebida que se repartía entre los más pequeños, y cuyo costo era una gran sinvergüenzura. Recuerdo a algunos garzones que nos dejaban pasar, mostrando una enorme solidaridad. Seguramente ellos desde ahí mismo habían visto por última vez a algún ser querido. En cambio, otros acataban, sin más, las instrucciones de su patrón.

De ese balcón guardo las imágenes más tristes de esos momentos. A lo lejos, creíamos divisar a nuestro familiar cerca de la escalinata de acceso a ese aparato que nos robaba parte de nuestra vida. Éramos muchos los que nos reuníamos en ese balcón de las despedidas tristes con pañuelos rojos. La mayoría porteños, de Valparaíso. Gente muy humilde que, al igual que nosotros, de alguna manera lográbamos estar ahí, compartiendo nuestras lágrimas.

Entonces comprendí que en esos momentos duros quienes más sufrieron con esas despedidas fueron las abuelas. En ese enjambre de chilenos que partían abordo de esos enormes aparatos que se perdían rápidamente en el cielo gris de ese Santiago, viajaban, inocentes, muchos niños de escasos años, que no sabían adónde iban ni por qué estaban ahí. Mientras allá abajo, cada vez más lejos, quedaban sus abuelas sufriendo el mayor dolor que puede sentir una abuela: perder a sus nietos o nietas, porque con ellos se iba lo mejor que tenían en ese momento y ello les destrozaba el corazón.

El regreso a Valparaíso se hacía en silencio. Mirábamos el verdor de los cultivos en el valle de  Casablanca, como una manera de evadirnos y alejar de nuestra mente aquel momento de la despedida. A veces lográbamos ver algún avión, que volaba con rumbo norte, y queríamos pensar que ahí estaban los nuestros. Alguna de nuestras hermanas o cuñadas perdían la vista entre los verdes viñedos, tratando de fijar en su mente aquel paisaje que ya pronto, también ellas, dejarían de disfrutar. Algunas miradas furtivas se escapaban hacia ellas, sabiendo que ellas serían las próximas despedidas. En algún rincón del vehículo, en silencio, la abuela masticaba su dolor, sin comprender  por qué le quitaban lo más preciado que tenía entonces, el motivo de vivir.

Mucho se ha escrito, y con mucha razón, de las madres que perdieron a sus hijos, esposos, o cualquier familiar, y todos entendemos perfectamente su dolor, y lo hacemos, de alguna manera, un dolor también nuestro. Pero nada se escribió de estas mujeres que sufrieron consecuencias ajenas, tan dolorosas como aquellas.

Mi sentido y sencillo homenaje, no importa que ya hayan transcurrido muchos años, a todas esas abuelas, muchas de las cuales, por el paso del tiempo, ya no están con nosotros. Por ellas, mantengamos viva la Esperanza.

martes, 30 de octubre de 2012


Svappavaara, un pueblo a 2400 kilómetros del circulo polar

Por: Chelo


Llegamos a Suecia el 29 de marzo de 1988 cuando tenía 11 años. Reconozco que los primeros días estaba feliz, el viaje en avión, la nieve, Europa y todo lo que significaba encontrarse con una nueva cultura. Primera vez que veía tanto orden, tanta limpieza y calles tan solas. Estocolmo no se parecía para nada a Valparaíso, que era el único lugar que hasta ese entonces conocía.

Llegamos por la madrugada al aeropuerto Arlanda, mi madre tuvo que declarar por tres horas en policía internacional, yo y mi hermana dormíamos en unos bancos, acurrucados y muertos de frío. Luego de ahí fuimos enviados al campamento Karlslunds, que queda a veinte kilómetros de Arlanda. En ese lugar me encontré con refugiados de diferentes países, gente que venía arrancando de la guerra entre Irán e Iraq, africanos y chilenos, estos últimos eran la mayoría de los acogidos. Recuerdo muy bien un par de compatriotas que se encargaron de introducirnos en lo cotidiano,  nos explicaron todos los detalles del campamento, dónde se conseguía la ropa de invierno, los horarios del desayuno, en qué consistía el almuerzo, dónde quedaba la oficina para ir a buscar “la plata” y los más importante: dónde se encontraban los teléfonos “pegados” para llamar a Chile, etc. etc.1.

En los desayunos de este primer campamento podía uno estimar la situación de los asilados, debíamos llegar al restaurante temprano  por las mañanas, de lo contrario la gente se arrebataba los huevos cocidos, el pan y los quesos, almacenaban los alimentos por culpa de traumas adoptados en la guerra, por el hambre.   

Después de un par de días en Karlslunds fuimos enviados a Svappavaara, un pueblo a 2400 kilómetros del polo norte. La ciudad más cercana de este pueblucho es Kiruna, y entre estos dos lugares hay aproximadamente 50 kilómetros. El paisaje en el norte consiste de: bosque, nieve, renos y más bosque. El invierno es muy crudo y obscuro, las temperaturas pasan por debajo de los – 20 grados. En ese lugar se vive alrededor de un mes al año sin luz solar, ahí se puede apreciar la aurora boreal, una rareza que se manifiesta solamente en regiones polares. Es una luminiscencia que aparece en el cielo nocturno y que va cambiando de forma y de colores. Gente de otros países -especialmente los japoneses- pagan mucho dinero para contemplar esto, y muchas veces se quedan con la ganas; yo vi ese espectáculo de la naturaleza muchas veces.

Vivir en ese campamento era un poco surrealista, era como si hubiesen tomado una población chilena y la hubiesen trasladado al polo norte. El tono era el mismo, mamás que llamaban por las ventanas a sus hijos a almorzar, olor a cebolla con comino en los pasillos de los edificios, cahuines por doquier y todo eso que se puede encontrar en una población chilena. Ahí la colonia de mis coterráneos estaba dividida, por un lado se encontraban los chilenos que se consideraban más importantes por ser “refugiados políticos” y por el otro: los asilados por problemas económicos. Lo interesante de esta intriga es que había dos organizaciones, una denominada: Organización Salvador Allende y la otra, Rapa Nui no sé qué; las dos tenían grupos de danzas folclóricas y eran rivales a muerte. Según me contaron después, la calentura entre estos dos grupos se basaba en que uno de los integrantes -no sé de cuál grupo- tenía un cassette con el Sau Sau y el otro grupo no lo tenía.      

Me metieron en un curso con puros extranjeros, mis amigos eran todos chilenos y mi yunta era el Ariel, un cabro de Santiago que tenía más o menos mi edad, era delgado, moreno con el pelo erizado y de estatura un poco mas alta que yo; era seco para los combos, iba de frente, na de huevadas, -no como yo, que nunca fui rosquero-. Un día eso sí quedó la cagá, estábamos yo y él tratando de aprender a patinar sobre hielo, en eso aparece un cabro finlandes 2. y nos empieza a acorralar con su motocicleta. Ariel -obviamente- le echa la choriá, -así como levantando el pecho- al mismo tiempo se quita los patines y se pone las botas, como percibiendo lo que venía. El finlandés se baja de la moto y en cosa de segundos estaban revolcándose en el hielo. Ariel le pegó una par de combos pero en un momento queda en desventaja, el contrincante lo agarra con una llave por los brazos y es ahí donde entro yo, ya me había quitado los patines, me acerco a los gladiadores y le mando suculentos golpes en la cabeza con la parte filuda de estos calzados al finlandés. Lo de después fue una arrancadera, vivimos escondidos como una semana. 

Nos llegó el permiso de residencia en mayo de 1989, viví más de un año en ese lugar. Recuerdo el día que me despedí de Ariel, era como dejar a un hermano, mucho después supe que todavía vivía en el norte, en una ciudad llamada Luleå. Cuando salí de Svappavaara me prometí que nunca más volvería a ese lugar tan opaco, después de veinticuatro años todavía cumplo con mi promesa.   





1 Telefonos públicos que se manipulaban con monedas cubiertas de chicles, al insertarse quedaban pegadas, de esa forma uno marcaba sin que la maquina necesitara más monedas.  
2 Los finlandeses por esas latitudes son conocidos por ser bastante xenófobos.

miércoles, 29 de agosto de 2012

      Paso por RDA


Por: Cecilia Valdés

Fue el 20 de Diciembre de 1976, en pleno invierno europeo, cuando abandonamos Rumania –el país que nos había acogido durante dos años y medio- e íbamos camino a Suecia, sin saber si nos permitirían entrar. Viajamos en avión hasta Berlín, RDA, donde debimos esperar once horas para tomar el tren a Estocolmo. La familia había aumentado y, además de Juan Pablo, Cristián y Tania, teníamos a Gonzalo, nacido en Bucarest, de un año y tres meses; por lo tanto el viaje era más complicado. Arribando al aeropuerto de Berlín, me dirigí a los servicios para cambiarle los pañales de género a Gonzalo, no fue posible, pues estaban cerrados. Después de ir inútilmente de un lado a otro, una funcionaria que había estado observándome, se acercó para ayudarme: se consiguió una llave para abrir el baño y, mientras yo mudaba a la guagua, respondiendo a su curiosidad, conversamos de nuestra situación en Chile, nuestro deambular y la esperanza en el nuevo destino, se conmovió por mi relato. Cuando estuve lista, me pidió que la esperara, desapareció unos instantes y al volver traía en sus manos un hermoso arreglo floral navideño de regalo; abrazándome me deseó buena suerte...! Aún veo el rostro sonriente de este ángel! 

Viajamos de noche y nos dimos cuenta que, mientras dormíamos, el tren había entrado en un enorme barco transformador. Cuando llegamos a Copenhague nos bajamos del tren para tomar el ferry que nos llevaría a la entrada a Suecia: Helsinfors, operación bastante dificultosa por la gran cantidad de maletas que llevábamos; después nos enteraríamos que no había necesidad de bajarse del tren, pues éste entraba al otro ferry. A bordo había una señora de unos setenta años que, habiendo observado nuestro ajetreo, se asercó a nosotros para conversar y saber de nuestra situación, nos dijo que le había llamado la atención nuestra familia y cúanto habían trabajado Juan y los niños en acarrear las maletas, mientras yo iba con la guagua y la pequeña. Por su parte, nos contó que cuando era jóven había recorrido Europa trabajando de trapecista en un circo, que estaba jubilada y andaba con su novio.

Cuando llegamos a la frontera de Suecia, en Helsingborg, había que pasar por el control policial, la señora me dijo que la siguiera, así lo hice llevando a Gonzalo en brazos y a Tania de la mano, mientras Juan y los niños se encargaban de las maletas. La señora habló con un policía y le explico quiénes éramos, me hicieron pasar a una oficina, me hicieron algunas preguntas, se preocuparon de la identificación de los niños y luego me dijeron: “¡Señora, bienvenidos a Suecia!”, en inglés, pues era el idioma en que habíamos hablado. Me reuní con el resto de la familia, nos apresuramos a la ventanilla de información, allí nos dijeron que el tren había partido y tendríamos que esperar varias horas para el próximo. Pero de pronto, apareció corriendo la señora, diciéndonos que nos diéramos prisa, pues “el tren nos estaba esperando”... La señora había hablado con el conductor para que nos esperara, creíamos que ella también subiría al tren, pero no fue así, allí desde el andén nos hacía señas nuestro ángel: aquella señora pequeñita, redondita, de bella sonrisa, que por nosotros hasta atrasó un tren...

domingo, 20 de mayo de 2012




¿Y  cuándo llegaste?

Por: Marco Baeza

¿Y  tú cuándo llegaste? Seguro que te han hecho esta pregunta, al igual que a mí, muchas veces. Creo saber tu respuesta: seguro que hablas de sueños y también de recuerdos. Es más, me atrevería a decir que comentas lo bien que se vivía antes y lo mal que se pasa  ahora. No creo que existan muchas diferencias entre tus travesías y las mías; al fin de cuenta tú, yo y la mayoría, perseguíamos los mismos horizontes.

Este 12 de Mayo cumplo 24 años en Suecia. Durante este tiempo han  pasado miles de cosas, algunas dulces y otras no tanto. Cuando miro hacia atrás en el tiempo es difícil no hacer alusión a lo que dejé en mi patria, y por supuesto, a los recuerdos valiosos que traje conmigo.

Recuerdo que mi maleta no era muy grande. La compré dos o tres días antes de viajar. Lo hice en el Persa Barón, que de paso ya no existe (en su lugar construyeron un mall gigantesco, como para darle un aire de modernidad a un Puerto lleno de carencias). No recuerdo haber empacado muchas cosas, pues mis pertenencias eran las mínimas: un poco de ropa, cosas para el aseo personal, un par de afiches, cigarros y muchos recuerdos, recuerdos preciados, que me paran en tiempos de tambaleos. Metí dentro de mi maleta a las viejitas de las ollas comunes en Placeres alto, viejitas con corazones generosos, verdaderos baluartes en la lucha contra la dictadura; guardé lluvias de panfletos en días soleados; también los muros rayados por el pueblo, muros que se convirtieron en la voz de los sin voces; me traje los porotos del día lunes y el pescado frito del día sábado; también tiré en la maleta mi plaza La Conquista con su pérgola decadente, mi esquina del barrio, que de seguro debe ser semejante a la tuya, a los PP de la cárcel de Valparaíso y sus aspilleras creadas con manos limpias y libertarias. Te digo amigo, que si pesaran los recuerdos en los aeropuertos, de seguro que las multas serían altísimas por el sobrepeso. 

Mi  llegada a este país, como te dije, fue en Mayo de 1988, uno de los veranos más calurosos de que tenga  memoria. Durante mis primeros años, la soledad fue mi compañera. Agoté lágrimas llorando. Por suerte, contaba  con amigos fantásticos, esos amigos que te alivian el alma con sólo darte una palmada en la espalda. Se me viene a la memoria que al llegar pensaba encontrarme con una colonia chilena estructurada, una colonia que se la jugaba por el pueblo en Chile. Con pena pude constatar que no era así: había chilenos que trabajaban apoyando la lucha en contra de la dictadura, pero estos eran los mínimos. El trato indiferente de las primeras camadas de chilenos que salieron después del golpe militar para con sus compatriotas, que llegaron a principios de los 80 y en adelante, era deplorable. La colonia estaba dividida en dos bandos: aquellos todopoderosos que se llamaban refugiados políticos y los asilados por problemas económicos, que representan  a una gran mayoría. Los primeros, amparados en un sectarismo de mierda, han  jugado, a mi juicio, un factor importante en la desunión de los chilenos aquí en Suecia. De mis sueños cuando llegué a este país mejor ni hablar; la mayoría de ellos sólo fueron  simples quimeras, otros siguen ahí, en mi maleta, esperando  ser activados para poder empezar a actuar.

Hoy en día tengo una familia maravillosa, pilar fundamental  en mi vida. Pienso en estos 24 años, miro hacia atrás y difícil no mencionar a los que ya no están, a los que partieron, a nuestros muertos, ellos que hacen patria en algún cementerio sueco. Me acuerdo de ellos y me pregunto si se cumplieron sus sueños, si alguien guardó sus recuerdos, para  mostrarlos en un tiempo futuro. Hablo de futuro y me asusto, me aterroriza comprobar que nuestro bienestar está en peligro. Me molesta mi pasividad frente a los cambios que está experimentando  esta sociedad. Con estos cambios me acuerdo de Chile y  me acuerdo de puertas cerradas en las narices. Se me viene a la mente el pateando piedras del  grupo Los prisioneros y pienso en mis hijos. En épocas de cambios debemos estar alerta y para esto no debemos olvidar nuestra procedencia. Si por cualquier motivo se te olvida mi amigo, te pido que mires atrás, que recuerdes tus años mozos y el día que dejaste todo en  busca de mejores horizontes con una maleta cargada de sueños y recuerdos.




miércoles, 11 de abril de 2012


Opus Dei

….MUCHA COSA PIOLA,
MUCHA COSA TURBIA....


Debemos ser capaces de criticar a las religiones y grupos como el Opus Dei. Niños y adolescentes están siendo encadenados al fundamentalismo y a tradiciones absurdas y sin sentido, tenemos que quitarle la legitimad a estos grupos, ellos no son dueños de la verdad

Por: Chelo

Bueno pues muchos ya saben lo que es el Opus Dei y están chatos de escuchar la constante crítica a esta secta o ”santificadores del mundo” -como ellos prefieren llamarse-; según mi opinión, vale la pena seguir dándoles hasta que suelten la papa del Papa. Entre nos: ¿no consideran ustedes que estos pelagatos andan con mucha cosa piola, mucha cosa turbia? “El que nada oculta nada teme” se dice, sin embargo estos fondean hasta las listas de datos personales de sus miembros.

¿Sabrán ustedes que los desvergonzados del Opus Dei, aparte de constituirse de obispos y curitas fachitos, son ingenieros, profesores, banqueros, intelectuales, políticos, todos con la meta de infiltrarse en diferentes estratos de la sociedad e influir en estos a favor de su cruzada? Esto lo desmiente obviamente Josemaría Escrivá, el “Chulo” del Opus Dei. Según él: Los directores de empresa que forman parte del Opus Dei buscan, como todos los socios, vivir el espíritu evangélico en el ejercicio de su profesión. Esto exige de ellos, en primer lugar, que vivan escrupulosamente la justicia y la honestidad (Samtal med Josemaría Escrivá, 2010, pág. 90) ...¡sóplame este ojo Josemaría!

Después vienen los de más abajo, la servidumbre, los que también hacen votos de castidad, pobreza y obediencia. Uno de estos grupos lo constituyen las “nanas Opus”. Estas son empleadas domésticas sometidas al servicio de esta élite pechoña y que en verdad no ganan mucho con este cuento de la vida eterna y tanta otra ficción, ya que no les favorece de ninguna manera en el ascenso social. Aquí en esta colectividad la norma es: “naciste hijo de obrero, moriste como tal”. El fundador, que a todo esto fue canonizado el año 2002 y que murió el año 1975, se engrupió a todos sus arrastrados -valga la redundancia- con el grupo de que: El espíritu del Opus Dei recoge la realidad hermosísima -olvidada durante siglos por muchos cristianos- de que cualquier trabajo digno y noble en lo humano, puede convertirse en un quehacer divino (Samtal med Josemaría Escrivá, 2010, pág. 93). En otras palabras: limpia el piso wueón, confórmate, y también llegaras al cielo.

La meta del Opus Dei es “santificar el mundo” y para esta cruzada necesitan de una milicia. Se dice por ahí que este colectivo opera en los cinco continentes y aglutina a 85.000 personas, denominados: “la milicia de Cristo”. El 70 por ciento de ellos son “supernumerarios”, lo que implica que se pueden casar y engendrar familias numerosas; los restantes 30 por ciento son “numerarios” y agregados. Particularmente los numerarios están más cagados: no se casan, ya que han recibido de Dios “el don del celibato”; además, deben dedicarse con mayor tesón a los estudios del Opus Dei o dedicarse más a sus trabajos. Por lo general, la élite del Opus Dei está constituida por este último grupo de adeptos.

Pero al igual que toda “empresa” exitosa, el Opus Dei también necesita dinero. Para llevar adelante sus santas “labores” cuentan con “la ayuda generosa que prestan tantas personas, cristianas o no”. Según Josemaría el dinero no se pide sólo porque se necesite, sino sobre todo porque de esa manera se le hace un gran bien al alma donante, -flor de grupo-, argumento que sirve para hacer todo tipo de transacciones opacas entre ellos y abusar del que no tiene, puesto que debe entregar gran parte de su sueldo a la prelatura.

En definitiva el peor enemigo de una secta son las sociedades que a sí mismas se consideran como culturas “abiertas y tolerantes”. Antes de aceptar cualquier cosa en el nombre de la libertad de culto,   deberían informarse respecto de grupos como este, que tras su fachada piadosa esconden una doctrina estremecedora. Esto vale obviamente para los amplios territorios de los cinco continentes, y por supuesto, para la sociedad sueca, tan asidua a criticar a las sectas del fin del mundo, pero reacia a indagar más a fondo, en las élites religiosas e intelectuales europeas. Debemos ser capaces de criticar a las religiones y grupos como el Opus Dei. Niños y adolescentes están siendo encadenados al fundamentalismo y a tradiciones absurdas y sin sentido, por lo que tenemos que quitarle la legitimad a estos grupos. Ellos no son dueños de la verdad. 

miércoles, 7 de marzo de 2012

SITUACIÓN DE LA MUJER
EN EL CHILE ACTUAL

“La mujer ha sido considerada históricamente como un sector atrasado de la sociedad, apoyada esta posición por la ingerencia histórica de la iglesia católica en nuestro país”.

Por: Jorge Rubio Cárcamo

A mediados del siglo 20 un gran porcentaje de las familias chilenas, un 85%, eran familias obreras y campesinas. En éstas, las mujeres realizaban las tareas del hogar, única y exclusivamente. La incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar estuvo jalonada de múltiples dificultades. Por un lado, con una tasa de analfabetismo mayor que la de los hombres, lo que la hacía estar en inferioridad de condiciones a la hora de conseguir un trabajo. Por otra parte, las mujeres con hijos no tenían facilidades de infraectucturas que les permitiesen dejar su hogar para incorporarse al mundo laboral, a la par que se carecía de suficientes plazas escolares para todos los niños, menos, por supuesto, para los hijos de los trabajadores y campesinos. La burguesía no hacia nada para mejorar esta situación, en la medida que le interesaba mantener a la mujer en su nicho dedicada a las tareas del hogar y a la procreación, imprescindibles para la reposición de la fuerza de trabajo obrera. A pesar de todas estas dificultades, la población activa femenina fue aumentando progresivamente, según se iban desarrollando los procesos de industrialización y urbanización, y ya las mujeres jóvenes y solteras emigraban a las ciudades buscando un empleo remunerado y una independencia económica difícil de encontrar en el campo. La legislación de entonces no brindaba ningún tipo de protección a la mujer viuda. Cuando el marido moría la mujer se veía obligada a trabajar para sacar adelante a sus familias, porque no existía ningún tipo de pensión de viudedad. Por otra parte, las mujeres casadas se encontraban con más dificultades aun: la ley indicaba que ésta debía contar con el permiso de su marido para poder trabajar, no podían disponer libremente de su salario, y si el marido se oponía a que la mujer cobrase el salario, lo podía cobrar él directamente, e, incluso, si se separaban judicialmente el marido seguía teniendo el derecho a cobrar el salario de la mujer. Dos tercios de las mujeres asalariadas eran trabajadoras temporales, o estaban en el servicio doméstico, y, por cierto, carecían de todo tipo de derechos laborales, y el otro tercio restante eran obreras cualificadas, fundamentalmente, en el sector textil y vestuario. En cuanto a derechos laborales la legislación existente en ese momento concedía pocos derechos a las mujeres, por no decir que ninguno.

Situación relativa de nuestro País

De acuerdo al último Censo efectuado en nuestro país, el año 2002, en Chile un 46,7% de las mujeres entre 25 y 54 años participaban laboralmente. Esta cifra es muy baja si se le compara con países desarrollados como EE.UU., Suecia, Dinamarca o Alemania, donde las tasas de participación laboral femenina son cercanas al 80%. Si se compara con otros países latinoamericanos vemos que esta cifra es menor que en varios de ellos.

En términos relativos, esto es, comparado con otros países, Chile aparece como un país poco proclive al trabajo de la mujer fuera del hogar. De los 24 países cubiertos (Encuesta mundial sobre Familia, ISSP), Chile ocupa el lugar 23; sólo Filipinas aparece como menos proclive que Chile al trabajo de la mujer fuera del hogar.

Situación de la mujer trabajadora en el Chile actual

Una de las mayores injusticias por las que atraviesan las personas de género femenino es la diferencia que se produce con la mujer y el empleo, ya que aún no se han adquirido los mismos derechos que los hombres. El trabajo de la mujer y el hombre es igual pero no es tratado como tal. No sólo no acceden a los mismos puestos de trabajo, sino que no reciben iguales remuneraciones en trabajos similares.

“Las mujeres profesionales tienen sueldos 23% más bajos que los hombres”

Un estudio realizado por el investigador del Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, Patricio Meller, concluyó que las diferencias de salario entre hombre y mujeres son de 23% en promedio, en beneficio de los hombres, pero varían mucho según la carrera.
La investigación analizó a los titulados de nueve carreras profesionales y comparó sus sueldos durante 4 años. De este estudio se desprenden algunas conclusiones interesantes:

• Las contadoras ganaban 34% menos que los hombres.

• Las mujeres agrónomas ganaban un 31% menos que sus pares masculinos. Como contrapartida, las periodistas sólo tenían diferencias de 10% respecto de los hombres.

• Uno de los puntos que destaca este estudio, es que en todas las profesiones analizadas entre el tercer y el cuarto año de trabajo aumenta la brecha de salarios. El estudio plantea que esto se puede deber a que al cuarto año se producen los primeros ascensos, y las mujeres no son promovidas al tiempo que comienzan a tener hijos.

• El análisis sobre brecha salarial y carreras consideró también cuál es la proporción de mujeres en 60 carreras universitarias. Si se miran las 10 con mayor presencia femenina, se aprecia que son profesiones con sueldos bajos.
Por ejemplo, en Educación Parvularia, el 99,8% de los titulados son mujeres, y sus ingresos se ubican en el penúltimo lugar en términos de ingresos, entre las 60 carreras analizadas.

Las diferencias de género son una constante en muchos países de América Latina, y a pesar del trabajo que realizan algunas organizaciones a favor de los derechos humanos, y particularmente de la mujer, trabajan para que la historia de la mujer y el trabajo deje atrás las desigualdades remunerativas. Las mujeres siguen siendo blanco de acoso sexual, de discriminación, de violencia laboral y de otros abusos que se producen en distintas situaciones con el hombre y la mujer en el trabajo. El problema es que muchas de estas situaciones no son conocidas o denunciadas, por lo que miles de mujeres en todo el mundo sufren este tipo de situaciones sin ser defendidas o protegidas. Si bien la legislación laboral de las últimas décadas intenta atenuar la posición desfavorable de la mujer, en la mayoría de los casos, no trasciende el plano formal y estos intentos se convierten prontamente sólo en figuras decorativas.

El modelo económico neoliberal aplicado en nuestro país afecta, principalmente, a la población femenina de los sectores más excluidos. En este contexto, las mujeres funcionan como fuerza laboral secundaria y marginal utilizada por el sector empresario para bajar los costos de producción. La pobreza y las políticas de ajuste impactan de manera directa en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo. Esto lo podemos constatar fácilmente día a día al ver la creciente oferta de trabajadoras mujeres, de baja calificación y con poca experiencia laboral, que salen a buscar trabajo como recurso para compensar una situación familiar de carencia extrema. Como en otros países en desarrollo, las mujeres constituyen la mayoría de los pobres, fenómeno conocido como "feminización de la pobreza".

En América Latina asoman estos últimos años líderes femeninas que alcanzan, incluso, las primeras magistraturas en sus respectivos países, y nuestro país no fue la excepción. Esto que asoma como una masificación de la representación popular por la vía democrática, abarcando, incluso, al mundo femenino, no es tal, pues ellas no representan al grueso de las mujeres, sino que representan a su propio mundo, herederas de las monarquías y castas sociales representadas por sus apellidos, lejos de las realidades de las mujeres que deben enfrentar las vida día a día con todas sus dificultades. El mundo político no es ajeno a esta discriminación de las mujeres.

Si la ex presidenta Bachelet fuera mapuche, tenga la seguridad que jamás hubiera sido presidenta. Quizás hoy estaría en la ONU denunciando la situación de la mujer mapuche en Chile.

Esta condición de menoscabo de las mujeres trabajadoras respecto a sus pares masculinos no cambiará por si solo. En la medida que cada cual sepa de sus derechos y exija su cumplimiento cabal la situación deberá ir variando. Escuchen las voces que nos trae el viento.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Sossen och ”solidariteten”

Av: Karlsson

Jag har en vän som är socialdemokrat. Han är 80-talist och tror på rättvisa i världen. Han jobbar fackligt för solidaritet på arbetsplatsen, för arbetares rätt, för löner osv. Han bor i en av Sveriges mest invandrartäta orter men snudd på älskar sin stad och har inget vidare emot dessa invandrare. Han sitter i en nämnd och har alltså inflytande i samhället via flera kanaler. Dock finns det en sak som han hatar mer än allt annat. Han säger att om dessa personer skulle försvinna från jorden yta skulle han applådera. Dessa personer vi talar om är romer eller zigenare. Dessa talar hans språk och snor hans tvätt. När de var små slogs de, sossen mot zigenarna. Skulle han istället säga att han hatade judar, mörkhyade eller kvinnor skulle man fundera på om han var med i Sverigedemokraterna. Nu höjs det kanske ett och annat ögonbryn men inte mer, för om vi skulle reagerat mer skulle inte diskriminering av romer ske på arbetsplatser och barn skulle inte mobbas i skolan. Forskning visar på att romer utestängs från bostadsmarknaden. Romer utvisas också på lösa grunder något som kritiserats från flertalet håll.

Antiziganism härjar över hela världen, det är ingen nyhet. Den drar fram i sällskap med fascism och rasism med bränsle av starka högervindar. Det som är anmärkningsvärt och som visar att vi inte kommit långt i utvecklingen av arbetarrörelsen är när våra egna röda kamrater som kämpar för solidaritet har dessa åsikter, solidaritet gäller uppenbarligen inte alla. Det finns ingen mening med att diskutera enskilda romers handlande eller diskutera dem som kollektiv. Liksom med alla minoriteter (och majoriteter för den delen med) vet vi att det inte är en faktor som styr utan ett flertal som genus, klass och ålder. Att se det ur ett annat perspektiv vore att förflytta oss till våra gamla förfäder på Rasbiologiska institutet i Uppsala, vars grund visserligen klubbades igenom av en socialdemokrat. (Kanske därav arbetarrörelsens rasistiska arv?)

Sverige är inte ett dugg bättre än övriga Europa när det gäller behandlingen av romer och när jag tänker på min vän sossen så är det rätt klart om än beklagligt om varför rasism fortfarande är en del av vardagen från gräsrötter till regering. Det är också klart varför det aldrig väcks någon opinion gällande utvisningar och diskriminering av romer för romer är uppenbarligen världens sista folk det är okej att hata.