lunes, 22 de diciembre de 2008

Opinion

EL TRIUNFO DE BARACK OBAMA Y LA
ESPERANZA DE AMÉRICA LATINA


(Fotografía montada)


Por: Jorge Rubio

La liberación de los países de América Latina respecto de España se inició por allá por el año 1810, durante el proceso de invasión de la península ibérica por parte de las fuerzas de Napoleón, lo que obligó a España a fijar su atención en este conflicto, situación que aprovecharon lo diferentes líderes locales para iniciar los movimientos de emancipación en sus respectivos países. Hombres como Francisco Miranda y Pedro Pérez Delgado, “Maisanta”, quien fuera el bisabuelo del actual presidente de Venezuela, Hugo Chávez; Cesar Augusto Sandino, en Nicaragua; Simón Bolívar, José de San Martín, entre tantos otros líderes locales, grabaron sus nombre en esa gesta.

Una de las primeras medidas que se tomaron en cada una de las repúblicas nacientes fue la abolición de la esclavitud. Entre los siglos XVI y XIX millones de africanos fueron arrancados violentamente de sus tierras y aldeas con destino a América y las islas del Océano Indico, donde son obligados a trabajar en grandes plantaciones de tabaco, algodón, azúcar, cacao y en las minas de oro y plata. Con el tiempo muchos de estos hombres escribieron páginas importantes en la historia de cada nación que los sometió, pero esas líneas quedaron en el olvido. A pesar de todo, lograron abrirse espacio a costa de mucha sangre y humillaciones.

Consolidada la independencia de estos países asomó otra mano que emergió en defensa de los interese económicos que se habían cimentado durante el colonialismo. Estados Unidos de Norteamérica tomaba el control del territorio, interviniendo abiertamente en la soberanía de cada país a través de las clases oligárquicas, controlando las cabezas de las fuerzas armadas y usándolas en su beneficio, coartando y reprimiendo cualquier intento de una vía propia. La historia guarda numerosos acontecimientos de resistencia a esta intervención que se ha mantenido constante desde aquellos tiempos, hasta hoy. Aún retumban en nuestras mentes y en la conciencia de muchos los ataques con misiles aéreos al edificio de la sede del gobierno de Chile el año 1973. Fresco tenemos en la memoria el intento del golpe de estado en Venezuela que intentaba derrocar al presidente legítimamente elegido en ese país. Aún se percibe el humo y se lamentan las decenas de muertos en Bolivia, consecuencia de la insurrección alimentada por la oligarquía boliviana impulsada por el gobierno norteamericano, cuyo norte era sacar de la presidencia de Bolivia a Evo Morales. El factor común en estas escaladas sediciosas, y muchas más, a todo lo largo de nuestra vida republicana ha sido el interés de parte de los gobernantes de tomar medidas económicas que beneficien a los postergados de siempre, restándoles granjerías a los poderosos.

El caso más emblemático de la intervención EE.UU. en nuestro continente ha sido y es el persistente hostigamiento y el bloqueo económico sobre Cuba.


El triunfo de Barack Obama en Estados Unidos representa la culminación de un sueño para alumbrar una nueva América

Es difícil negarse a entender la importancia de que EE.UU. haya elegido por primera vez en su historia un presidente negro. Barack Obama es hijo de un padre negro proveniente de Kenia y de una madre blanca de Kansas. La victoria de Obama se da 45 años después del apogeo del movimiento por los derechos civiles liderado por Martín Luther King.

Tiene tanto de sorprendente como de revolucionario, palabra ésta que no resulta excesiva si se considera que hace medio siglo que en el país de las oportunidades los negros tenían que ceder su asiento en el autobús a los blancos. Hace apenas 40 años, Obama sólo hubiera podido entrar en la Casa Blanca con una escoba y un balde. No hubiera podido ni votar en muchos estados. No hubiera podido ni compartir el baño con un blanco. Hoy parece que todo eso haya desaparecido, aplastado bajo el peso de la razón. Resulta extraño observar que este pequeño detalle pintoresco, este insignificante rasgo del color de la piel se ha convertido en casi lo más importante, en lo más destacado, en la base de todo.

No se sabe qué va a ser de la difícil economía, no se sabe si esto se terminará de hundir y complicará más aún la ya complicada situación. Mientras esperamos nos alimentamos de pedacitos del sueño de Luther King.

América Latina saluda hoy de manera unánime el triunfo de Barack Obama en las elecciones presidenciales del 4 de noviembre. Algunos lo consideraron un hecho “histórico” y “un mensaje de esperanza”. Asimismo, hubo expresiones de confianza para que se abra una nueva etapa de diálogo, distensión y cambios hacia la región por parte de Washington.

Gobernantes como el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva y el boliviano Evo Morales abogaron por el fin del bloqueo económico a Cuba. Lula definió como un “hecho extraordinario” el triunfo de Obama, el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos, y que sólo podía ocurrir en una sociedad democrática. Subrayó su esperanza de que ahora despliegue una relación más fuerte con América Latina, con Sudamérica y con Brasil, y le pidió acabar con el bloqueo a Cuba porque “no tiene explicación”, así como distender sus relaciones con Venezuela.

La argentina Cristina Fernández de Kirchner destacó que se abre un nuevo ciclo, “un gran hito de una de las epopeyas más apasionantes de la historia en la lucha contra la discriminación y por la igualdad de oportunidades.

Por su parte, el presidente venezolano Hugo Chávez, uno de los más fuertes críticos del gobierno de George W. Bush, que en septiembre pasado expulsó al embajador estadounidense en solidaridad con Bolivia, felicitó a Obama por su “elección histórica” y ratificó la decisión de restablecer “nuevas relaciones” con Estados Unidos y relanzar “una agenda bilateral constructiva “por el bienestar de ambos pueblos”.

El boliviano Evo Morales aseveró que el triunfo del candidato demócrata es “histórico”, surgido de los sectores discriminados y esclavizados, y manifestó su seguridad de que con él “van a mejorar las relaciones” entre Bolivia y Estados Unidos, deterioradas desde septiembre tras expulsar al embajador estadounidense Philip Goldberg bajo acusación de conspirar contra su gobierno.
Mientras tanto, el gobernante de Ecuador, Rafael Correa, dijo que la elección del demócrata no significará un “cambio radical” de la política exterior de Washington frente a América Latina, y agregó que “aspiro, sueño, con el día en que Latinoamérica realmente no tenga que preocuparse por quién llegó o no llegó al gobierno de los Estados Unidos”.

A la colección habitual de locos y perturbados hay que añadir un enorme y poderoso sector de la población americana que verá amenazados sus intereses económicos y de poder con la presencia de Obama en la Casa Blanca. El inminente, dicen, desbloqueo de Cuba, la extinción de Guantánamo, la mirada puesta en el cambio climático son, entre otros, temas muy calientes y en los que está la fuerza de miles de millones de dólares en contra. Obama dice, de entrada, que retirará las tropas de Irak en 16 meses, algo que cortará los beneficios multimillonarios de muchas empresas dedicadas a la “defensa”, y a las inmiscuidas en “las guerras contra el terrorismo”. Quizás ofrezca develar los “misterios” relacionados con el 11 de septiembre y las Torres Gemelas.

En una nación fundada sobre el genocidio y construida sobre las espaldas de los esclavos, fue un momento inesperado, impactante por su sencillez: Barack Obama, un hombre bueno, un negro, dijo que llevaría el cambio a Washington, y a la mayoría de la gente le gustó la idea. Dice querer cambiar el mundo. ¿Puede? Desde luego, si algún político o presidente puede es el de EE.UU., de ahí la ola de esperanza que recorre nuestro continente y al mundo.

La fuerza de EE.UU. sobre América Latina se basaba en el poder que le señalaba la historia, y su imagen se basaba en esa aspiración de seguir los mimos pasos de los gobernantes allá en el norte. Hoy la realidad es algo distinta. El año 2001, el 73% de los latinoamericanos tenían una buena opinión de Estados Unidos, pero esta cifra ha bajando paulatinamente y en el 2007 llegó al 64%. La opinión generalizada era que no hacía diferencia quien fuese elegido presidente.

Esperemos a que el presidente electo Obama lo recuerde cuando piense en expandir la guerra en Afganistán. Estamos cansados y asqueados con esas guerras de mentira. Hoy nos alegramos y nos llenamos de esperanza por el triunfo de la decencia sobre el presidente Busch, del triunfo de la paz sobre la guerra, de la inteligencia sobre la estupidez.

Este triunfo del bien sobre el mal nos abre un camino de esperanza:

• Podemos arrebatar nuestra economía de manos de los ricos inconscientes y devolverla al pueblo.
• Se puede garantizar atención a la salud a todo ciudadano.
• Podemos dejar de derretir las placas de hielo polares debido al calentamiento global.
• Podemos impedir que sequen nuestros ríos.
• Que aquellos que cometieron crímenes horribles atentando contra los derechos humanos de sus conciudadanos serán llevados ante la justicia.
¡Todo es posible!

Si este hombre representa menos injusticia, menos guerra, menos desgracias, menos misiles, menos presos en Guantánamo, menos intromisión en nuestros países, menos asesinatos de líderes políticos y sociales de nuestros países, menos muertes de niños por bombas incomprensibles… creo que todos habremos ganado y el mundo podrá saborear entonces ese cambio.

domingo, 9 de noviembre de 2008

La Crisis Financiera:

Por Dónde se Corta el Hilo

Por: Jorge Rubio

El temor es enorme y nadie sabe con claridad qué pasará en el futuro. En el mediano plazo tampoco se ve claridad, que es un horizonte que podría perfilarse hacia los inicios del año 2009. Lo que sí está claro es que en el corto plazo, en la inmediatez, las cosas empeorarán. Estamos presenciando la gran implosión; lo que estaba arriba está en el suelo, aquellos que pregonaban y alababan el “libre mercado” hoy “nacionalizan” la banca en quiebra. La catástrofe, porque no hay expresión más suave, hoy sabemos que no la arregla el mercado, y tampoco sabemos con claridad si lo arreglarán los millones de dólares que colocarán los gobiernos más afectados y que están salvando a los capitalistas, aquellos que han especulado con el dinero, aquellos que han jugado con él y han perdido. Porque este derrumbe es tan evidente como la caída del Muro de Berlín en 1989. Con ello se acabó la contraparte, aquella que ofrecía el equilibrio en la sociedad, entre un sistema capitalista que se rige en cuanto ganancia se logra del hombre y otro que lo ve como tal.

No es sólo el fracaso del sistema financiero capitalista, también es el reflejo del fracaso moral y ético, porque una vez más todo esto consiste en aplicar una ley del capitalismo que consiste en privatizar los beneficios, es decir, cuando hay ganancias van para personas concretas, y en cambio las pérdidas se socializan, las pagan todos los ciudadanos, hasta los más modestos.

La economía se transformó estas últimas décadas en una enorme ruleta, en donde los ricos del mundo van a jugarse el ahorro y la riqueza derivada del esfuerzo de muchos otros: algunos perderán, pero otros van a ganar y mucho. Mientras tanto, a millones de trabajadores nos obligan a poner nuestros fondos de pensiones, aquellos ahorros que nos mantendrán en nuestra vejez, en las Administradoras de Fondos de Pensiones, las AFP, y éstas las arriesgan en los mercados financieros, y las ganancias se van distribuyendo por etapas: una parte para los dueños de las AFP, otra para pagar las comisiones de los operadores financieros, costos de operación y otra para pagar los sueldos de los ejecutivos de éstas. El sueño que se le ofrece en cambio al trabajador es la posibilidad de aumentar sus ahorros de pensión, con una alta probabilidad de que no sea cierto. Si resulta, bueno para el trabajador, para los dueños de las AFP, para los operadores y los ejecutivos; si sale mal, como ahora, es malo sólo para el trabajador, pues ellos ya cobraron su parte, ya recibieron sus salarios, los costos ya se pagaron y las comisiones ya se cobraron. Todo ello con los fondos que se nos obliga a los trabajadores depositar todos los meses para nuestra futura pensión. Así como los trabajadores que ponen sus fondos previsionales en una AFP, también hay otras personas que ponen sus ahorros en bolsas de comercio y fondos de inversión que corren la misma suerte. No tan sólo este dinero queda sujeto a la especulación financiera, también nuestros sueños quedan en manos de aquellos que lanzan los dados.

Vemos claramente cómo la avaricia se ha desplegado por el mundo sin cortapisas y cómo ello ha desviado una riqueza gigantesca de la producción real y útil, tangible o intangible, para sustentar una orgía miserable y cruel de lucro y acumulación, mientras el desempleo, la pobreza, el hambre y la desigualdad cunden como reguero de pólvora. Dato curioso y francamente insultante: para combatir la hambruna que aqueja a más de 800 millones de personas, las naciones del mundo recolectaron 16 mil millones de dólares, mas, para resolver la crisis financiera del Wall Street el gobierno estadounidense asignó 700 mil millones de dólares . Es decir, 44 veces más para continuar el desenfreno absurdo de Wall Street que para enfrentar el hambre de los más necesitados ¿Perro mundo no?

Cuando la humanidad vuelva a encontrar su centro y se restauren ciertos valores y virtudes humanas que fueron absorbidas por el mercado, muy probablemente lo que ocurre en Wall Street será incorporado al grupo de las grandes calamidades de la historia humana, como lo fueron los campos de concentración nazis, el estalinismo, las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki, el SIDA, el hambre africana y las dictaduras latinoamericanas, entre muchas otras.

Esta no es una crisis solamente financiera pues, necesariamente, con el tiempo tocará a la economía real, si es que no está ocurriendo; esto significará la pérdida de miles de empleos, la quiebra de pequeñas y medianas empresas y muchas de las transnacionales. Los grandes líderes sindicalistas luego serán absorbidos por esta larga y poderosa mano, que no tiene fronteras, para permitir mayor libertad para los empresarios, mayor “flexibilidad laboral”, que en definitiva no es más que la reducción de los salarios, la merma de sus beneficios, mayor abuso y explotación.

La mano invisible del mercado se ha convertido en la mano que aprieta el cuello de los pobres, a quienes se condena a muerte o al hambre, sin siquiera tener acceso al sedante que prepara al condenado a muerte, antes de la inyección letal.

Los tecnócratas internacionales, ellos mandan en nuestros países. No han sido votados en ninguna elección, pero deciden el nivel de los salarios y del gasto público, las inversiones, los impuestos, los intereses, cuánto debemos ganar y cuánto debemos perder. Son los que con una mano roban y la otra prestan.
Esperemos que en el corto plazo caiga este nuevo muro.



martes, 7 de octubre de 2008

Chile, la alegría ya NO viene”

A veinte años desde que Chile dijo "NO" a
Pinochet

Por: J.R Cárcamo, Valparaíso, Chile


La intención de este artículo no es conmemorar un hecho. Esto de ninguna manera significa celebrar el hecho en referencia. Conmemorar es recordar hablando de aquello que está en la memoria individual y colectiva, en la condición de haber sido testigo y actor de ese hecho.


Gran parte de la década de los años 70’ y 80’ se encontraba Chile bajo una dictadura militar, instaurada el 11 de septiembre de 1973, luego de una severa crisis institucional y un golpe de Estado que puso fin violentamente al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. A la cabeza de ese gobierno de facto quedaba quien era en ese momento el comandante en Jefe del Ejército, el general Augusto Pinochet. Comenzó entonces en Chile la persecución sistemática de quienes eran partidarios del gobierno de la Unidad Popular, lo que se tradujo en las violaciones más sangrientas de los derechos humanos de nuestra historia. La violación de estos derechos se expresó a través de torturas, desapariciones de personas, asesinatos, allanamientos ilegales y que afectó a miles de chilenos que anhelaban una nación libre. Muchos miles incluso optaron por el exilio para sobrevivir.


A pesar del uso sistemático de la fuerza por los militares para mantenerse en el poder, un número importante de chilenos comunes y corrientes arriesgó sus vidas y comenzó a manifestarse en contra de la crítica situación política, social y económica. 1983 se convierte en el año crucial, pues se hace visible el descontento nacional por medio de paros, masivas protestas callejeras, y acciones violentas de algunos que veían en las armas la única alternativa para derrocar a Pinochet. Nacía el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, como una respuesta armada a la acción sin contrapeso de los militares, que tomaba el nombre y el ejemplo de aquel patriota legendario de Chile en la lucha por la independencia en contra de España, a partir de 1810.


Junto con esta movilización social un grupo de partidos políticos opositores al régimen comenzó a unir fuerzas para restituir la democracia en Chile. Así nacen a partir de 1983 una serie de alianzas políticas que buscaban por este medio restaurar la democracia perdida, pero dentro de las reglas y del espacio que les brindaba la dictadura. La convergencia de la mayoría de estos partidos a fines de la década de los ochenta dio origen a la Concertación de Partidos Por La Democracia. Ella no incluía al Partido Comunista, a quienes marginaban por su opción de mantener la lucha del pueblo en todas sus formas. Comenzaba a recorrerse un camino de esperanza, amparados en la mirada crítica de Estados Unidos respecto al régimen dictatorial de Pinochet.


La dictadura se preocupó de elaborar la Constitución de 1980, hecha a la medida de sus intereses y plebiscitada y aprobada por la ciudadanía bajo un régimen opresor, que le permitió a Pinochet permanecer al mando de la Nación hasta el año 1989 y organizar un plebiscito para buscar su ratificación hasta el año 1997. Este plebiscito se fijó para el día 5 de octubre del año 1988, ya hace 20 años.


Sectores importantes de la sociedad miraban este ejercicio ofrecido por Pinochet sólo como una manera burda de legitimar su permanencia en el poder hasta el año 1997, al no haber garantías mínimas que indicasen la transparencia del acto. La dictadura ideó este plebiscito para ganarlo. Entre los opositores organizados al régimen comenzó la batalla por motivar a la gente a inscribirse en los registros electorales, lo cual era requisito para votar ese 5 de octubre. Se pretendía lo imposible: derrotar a la dictadura dentro de sus reglas.


El plebiscito, llamado a realizarse por el mismo Agusto Pinochet, llevó al 92% de los inscritos a las urnas, de los cuales un 56% de ellos se pronunció por el No; el 44% apoyó la opción Si. El triunfo del NO -ya claramente definido a eso de las 21 horas del día del 5 de octubre- había sido trabajosamente conseguido. Pocos de los millones de electores supieron que ese día 5 de octubre, mientras se realizaba el escrutinio de la votación, personeros de todos los sectores negociaban, en primer lugar, que la dictadura respetara la decisión de las urnas y que permitieran un desenlace normal del proceso. Hasta último momento la dictadura intentó desconocer su derrota. Los generales tenían sus tropas dispuestas. Los Estados Unidos, que habían puesto al dictador en el poder, ahora le quitaban su apoyo.


La propuesta que la Concertación hacía al pueblo de Chile cuando se consolidaba como la fuerza triunfante de aquella recordada batalla del No contra el Sí, tenía un fuerte contenido de esperanza, de futuro, era el bosquejo de la recuperación de la libertad, de la restauración de los derechos conculcados, de justicia por lo miles de crímenes cometidos por aquellos que abusaron del poder absoluto, era la encarnación del más grande acontecimiento para el pueblo de Chile, de la semilla que había sembrado Allende. Eso era lo que representaba la Concertación de Partidos por la Democracia.


Qué queda hoy de ese sueño.

A 20 años de ese acontecimiento, miro el triunfo del NO con nostalgia, por lo que significó la lucha para poder ganar ese plebiscito que cambió el curso de la historia del país. El triunfo e aquella jornada se basó, fundamentalmente, en el empeño que pusieron esos miles de chilenas y chilenos anónimos que dieron la lucha en las calles, en las poblaciones, universidades, exponiendo sus vidas en cada jornada y acción de protesta. Fue una contienda realmente difícil en donde también las cúpulas partidistas se unieron por encima de diferencias coyunturales, incluso diferencias ideológicas, anteponiendo los intereses del país y el rescate de su democracia perdida.


Ya van transcurridos 20 años de la nueva democracia. Aún se nos dice que estamos en un período de transición a la democracia plena. Aún vivimos marcados por la huella profunda de la dictadura. Es decir, el Chile de hoy es la construcción hecha por la dictadura. Las cuestiones pendientes, que surgen una y otra vez y que el gobierno trata de parchar buscando una solución que resulte en alguna suerte de unidad nacional que borre los agravios, los rencores, resentimientos y las demandas de justicia, incluyendo la reparación de los daños cuando sea posible, no parece encontrar una fórmula satisfactoria para las partes.


Chile está hoy en pleno proceso de desarrollo, vivimos en un Estado de derecho, la gente goza de las libertades que le corresponde y la vida en sociedad se realiza de manera adecuada. Pero, ello no significa de ninguna manera que importantes carencias hayan sido erradicadas. Los niveles de cesantía no retroceden. La última cifra oficial de cuenta de un 8.2% de cesantes; en algunas regiones alcanza esta cifra a un 15% "y, en consecuencia, nos sigue acompañando un nivel de pobreza que no es tolerable. Las dificultades en la atención de salud son increíbles. La educación es regida por la ley de oferta y demanda, donde el mercado decide el destino de miles de jóvenes que se levantan una y otra vez por mejoras en la educación. La falta de sindicalización de parte de los trabajadores al ver una organización y sus dirigentes más pendientes de los problemas ajenos a sus organizaciones de base. Los partidos políticos son las organizaciones que mayor rechazo generan en la población, según aparece en todos los estudios de la sociedad que se publican.


La idea de que hay simplemente errores que deben ser reconocidos es muy liviana: la realidad es que hay vencedores y vencidos y el país es la hechura de los vencedores, amparados, principalmente, en las garantías que les ofrece la actual Constitución.


Un país que se rige por una constitución pensada, diseñada y aprobada en beneficio de aquellos que detentan el poder carece de autoridad moral. La elaboración de una nueva Carta Fundamental se planteaba como una de las prioridades que debía regir al País después de la dictadura. Era y es la piedra angular para iniciar una auténtica democracia. Los países vecinos de la región que lograron sacudirse de tiranías y gobiernos nefastos plantearon esta cuestión como primera prioridad. Tenemos el ejemplo de Chávez en Venezuela, Evo morales en Bolivia, y más recientemente, Rafael Correa en Ecuador, donde después de alcanzar el gobierno en las urnas se llamo a la población a decidir sobre la Carta que regiría sus destinos, con gran participación ciudadana y en todos ellos, la decisión de una nueva Constitución fue aprobada por amplia mayoría. Estos gobernantes tuvieron la voluntad política de cumplir aquello que fue la bandera de lucha de sus respectivas campañas. Y ese hecho las otorga la calidad moral para plantearse ante sus respectivos pueblos.


La particularidad de la actual democracia chilena no es solamente que sea restringida como dicen los juristas, tutelada como plantea algún historiador, cautiva como afirman ciertos sociólogos, “mejor que nada” como sugieren algunos políticos o la garantía de la paz social como dice la derecha, lo más grave, es que está diseñada para proteger y perpetuar un determinado régimen económico y político, basada en un sistema electoral que excluye a las minorías y que permite el reparte de cargos de representación popular a los mismos de siempre. Un sistema binominal que permite que aquellos que obtengan un 34% elijan los mismos cargos de aquellos que alcanzan un 60%.


En la práctica, no hay ninguna diferencia entre las políticas económicas y políticas de la Concertación de Partidos por la Democracia y los partidos de oposición, Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI), partidos ambos que formaron parte activa en la dictadura, hoy agripados en la Alianza por Chile


En estas condiciones, a la luz de una nueva elección, cabe preguntarse ¿Qué utilidad puede prestar el voto en Chile para posibilitar cambios reales?: muy pocas o ninguna. En su efecto práctico el voto valdrá sólo para elegir entre una camisa amarilla o una celeste, y punto. Cualquier cosa que se quiera decir en contrario, será charlatanería Como si esto fuera poco, no durante el gobierno militar, sino en el de la Concertación, se dio el hecho insólito de disminuir la duración del cargo de Presidente de la República de 6 a 4 años, sin reelección, transformándolo así en un personaje de paso, con lo cual se restringe el horizonte de tiempo para provocar cambios reales, dejándole reservado, en los hechos, una función de mero administrador de todo aquello que se encuentra ya perfectamente oleado y sacramentado. Resultado: Grave limitación, por no decir imposibilidad, mediante el voto para provocar cambios reales lo que genera una legítima y comprensible apatía y ausentismo electoral (más de tres millones de no inscritos que hace rato ya cayeron en la cuenta de que no tiene sentido participar de estos procesos. ¿Votar para qué?, desencanto generalizado por la política, fortalecimiento cada vez más de una economía empresarial manejada por minorías, intangibilidad del modelo económico, burla de los derechos políticos de los chilenos transformándolos en una mera ficción, el más absoluto desprecio por la soberanía popular, simular permanentemente un juego que la gente va percibiendo como un gigantesco engaño. Si sumamos a esto la cantidad de gente que estando inscrita novota; muchos tantos votan en blanco o nulo, muy pronto veremos que la gente que está fuera de este sistema será mayoría.


Resulta contradictorio observar que mientras buena parte de los pobres están fuera del mercado de bienes y servicios de calidad, lejos del mercado financiero y de consumo de las clases adineradas, son cooptados sin embargo por el mercado electoral y transformados en masa de maniobra de una democracia que usa a las mayorías para privilegiar a las minorías. Los pobres votan en un sistema organizado para privilegiar a las minorías, minorías que conducen el modelo, el cual crea y recrea a diario mayores problemas a las clases humildes, así resulta la paradoja que los pobres, pese a quedar fuera del mercado de bienes y servicios de calidad, son atrapados por el mercado electoral para que voten contra ellos mismos.


Para que no quepa la posibilidad de resultados electorales sorpresivos que pudieran cambiar los fórceps impuestos en la Constitución y el sistema electoral, se diseñaron las restricciones a la democracia. Las restricciones no son otra cosa que una trampa al voto. Periódicamente el pueblo chileno se enfrenta a elecciones donde su opinión poco vale, mejor aún, donde su opinión no decide, sólo escoge y crucifica su voluntad a favor de un candidato que viene previamente formado en torno a la inmovilidad del sistema. En cada elección se ofrecen cambios, siempre que no cambie nada.


Hoy día nuestro país se ve inundado por la propaganda electoral, enfrentado a una nueva elección municipal, que no tiene otro valor que ser la antesala de la elección presidencial del próximo año. El partido Comunista, dentro del pacto Juntos Podemos, que suma al PC, a los humanistas, la Izquierda Cristiana y grupos menores o nuevos que basaban su lucha y enarbolaban sus banderas combativas en contra del sistema Neoliberal, que es la ruta de este gobierno y los que vendrán, se suma mediante un pacto electoral a la Concertación, que terminará, que duda cabe, en entregar su voto al próximo candidato presidencial de este conglomerado.


Aquellos que manteníamos viva nuestra utopía de una sociedad distinta nos estamos quedando sin nada. El 5 de octubre debiera ser un día de celebración de la gente que creyó en la esperanza de un Chile mejor y dijo NO al dictador. Hoy nuestro país muestra los peores índices a nivel mundial de la mala distribución de la riqueza, y somos el país más triste de América latina.


Recién, después de treinta y cinco años del asesinato del sacerdote español, Miguel Wooward, en el buque más emblemático de la Armada Nacional, la Esmeralda, se están citando a los tribunales de justicia a los culpables y responsables de este hecho; a quienes lo detuvieron allá en el cerro Los Placeres, en Valparaíso, lo torturaron y lo asesinaron Y esto se logró a la lucha de más de treinta años de quienes fueron sus amigos y sus familiares.


El próximo año tendremos elecciones presidenciales, donde la derecha aparece con gran ventaja según todos los sondeos de opinión, y no por meritos propios, sino por los actos de corrupción que envolvieron los gobiernos concertacionistas, principalmente de quien era la carta de garantía de estos gobiernos: don Ricardo Lagos.


Se está levantando la candidatura presidencial del ex presidente Eduardo Freí. Su mejor carta de presentación, y así lo presentan: en su gobierno no hubo corrupción.

Qué lejos quedó el espíritu que nos animó ese 5 de octubre del 1988.