lunes, 22 de diciembre de 2008

Opinion

EL TRIUNFO DE BARACK OBAMA Y LA
ESPERANZA DE AMÉRICA LATINA


(Fotografía montada)


Por: Jorge Rubio

La liberación de los países de América Latina respecto de España se inició por allá por el año 1810, durante el proceso de invasión de la península ibérica por parte de las fuerzas de Napoleón, lo que obligó a España a fijar su atención en este conflicto, situación que aprovecharon lo diferentes líderes locales para iniciar los movimientos de emancipación en sus respectivos países. Hombres como Francisco Miranda y Pedro Pérez Delgado, “Maisanta”, quien fuera el bisabuelo del actual presidente de Venezuela, Hugo Chávez; Cesar Augusto Sandino, en Nicaragua; Simón Bolívar, José de San Martín, entre tantos otros líderes locales, grabaron sus nombre en esa gesta.

Una de las primeras medidas que se tomaron en cada una de las repúblicas nacientes fue la abolición de la esclavitud. Entre los siglos XVI y XIX millones de africanos fueron arrancados violentamente de sus tierras y aldeas con destino a América y las islas del Océano Indico, donde son obligados a trabajar en grandes plantaciones de tabaco, algodón, azúcar, cacao y en las minas de oro y plata. Con el tiempo muchos de estos hombres escribieron páginas importantes en la historia de cada nación que los sometió, pero esas líneas quedaron en el olvido. A pesar de todo, lograron abrirse espacio a costa de mucha sangre y humillaciones.

Consolidada la independencia de estos países asomó otra mano que emergió en defensa de los interese económicos que se habían cimentado durante el colonialismo. Estados Unidos de Norteamérica tomaba el control del territorio, interviniendo abiertamente en la soberanía de cada país a través de las clases oligárquicas, controlando las cabezas de las fuerzas armadas y usándolas en su beneficio, coartando y reprimiendo cualquier intento de una vía propia. La historia guarda numerosos acontecimientos de resistencia a esta intervención que se ha mantenido constante desde aquellos tiempos, hasta hoy. Aún retumban en nuestras mentes y en la conciencia de muchos los ataques con misiles aéreos al edificio de la sede del gobierno de Chile el año 1973. Fresco tenemos en la memoria el intento del golpe de estado en Venezuela que intentaba derrocar al presidente legítimamente elegido en ese país. Aún se percibe el humo y se lamentan las decenas de muertos en Bolivia, consecuencia de la insurrección alimentada por la oligarquía boliviana impulsada por el gobierno norteamericano, cuyo norte era sacar de la presidencia de Bolivia a Evo Morales. El factor común en estas escaladas sediciosas, y muchas más, a todo lo largo de nuestra vida republicana ha sido el interés de parte de los gobernantes de tomar medidas económicas que beneficien a los postergados de siempre, restándoles granjerías a los poderosos.

El caso más emblemático de la intervención EE.UU. en nuestro continente ha sido y es el persistente hostigamiento y el bloqueo económico sobre Cuba.


El triunfo de Barack Obama en Estados Unidos representa la culminación de un sueño para alumbrar una nueva América

Es difícil negarse a entender la importancia de que EE.UU. haya elegido por primera vez en su historia un presidente negro. Barack Obama es hijo de un padre negro proveniente de Kenia y de una madre blanca de Kansas. La victoria de Obama se da 45 años después del apogeo del movimiento por los derechos civiles liderado por Martín Luther King.

Tiene tanto de sorprendente como de revolucionario, palabra ésta que no resulta excesiva si se considera que hace medio siglo que en el país de las oportunidades los negros tenían que ceder su asiento en el autobús a los blancos. Hace apenas 40 años, Obama sólo hubiera podido entrar en la Casa Blanca con una escoba y un balde. No hubiera podido ni votar en muchos estados. No hubiera podido ni compartir el baño con un blanco. Hoy parece que todo eso haya desaparecido, aplastado bajo el peso de la razón. Resulta extraño observar que este pequeño detalle pintoresco, este insignificante rasgo del color de la piel se ha convertido en casi lo más importante, en lo más destacado, en la base de todo.

No se sabe qué va a ser de la difícil economía, no se sabe si esto se terminará de hundir y complicará más aún la ya complicada situación. Mientras esperamos nos alimentamos de pedacitos del sueño de Luther King.

América Latina saluda hoy de manera unánime el triunfo de Barack Obama en las elecciones presidenciales del 4 de noviembre. Algunos lo consideraron un hecho “histórico” y “un mensaje de esperanza”. Asimismo, hubo expresiones de confianza para que se abra una nueva etapa de diálogo, distensión y cambios hacia la región por parte de Washington.

Gobernantes como el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva y el boliviano Evo Morales abogaron por el fin del bloqueo económico a Cuba. Lula definió como un “hecho extraordinario” el triunfo de Obama, el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos, y que sólo podía ocurrir en una sociedad democrática. Subrayó su esperanza de que ahora despliegue una relación más fuerte con América Latina, con Sudamérica y con Brasil, y le pidió acabar con el bloqueo a Cuba porque “no tiene explicación”, así como distender sus relaciones con Venezuela.

La argentina Cristina Fernández de Kirchner destacó que se abre un nuevo ciclo, “un gran hito de una de las epopeyas más apasionantes de la historia en la lucha contra la discriminación y por la igualdad de oportunidades.

Por su parte, el presidente venezolano Hugo Chávez, uno de los más fuertes críticos del gobierno de George W. Bush, que en septiembre pasado expulsó al embajador estadounidense en solidaridad con Bolivia, felicitó a Obama por su “elección histórica” y ratificó la decisión de restablecer “nuevas relaciones” con Estados Unidos y relanzar “una agenda bilateral constructiva “por el bienestar de ambos pueblos”.

El boliviano Evo Morales aseveró que el triunfo del candidato demócrata es “histórico”, surgido de los sectores discriminados y esclavizados, y manifestó su seguridad de que con él “van a mejorar las relaciones” entre Bolivia y Estados Unidos, deterioradas desde septiembre tras expulsar al embajador estadounidense Philip Goldberg bajo acusación de conspirar contra su gobierno.
Mientras tanto, el gobernante de Ecuador, Rafael Correa, dijo que la elección del demócrata no significará un “cambio radical” de la política exterior de Washington frente a América Latina, y agregó que “aspiro, sueño, con el día en que Latinoamérica realmente no tenga que preocuparse por quién llegó o no llegó al gobierno de los Estados Unidos”.

A la colección habitual de locos y perturbados hay que añadir un enorme y poderoso sector de la población americana que verá amenazados sus intereses económicos y de poder con la presencia de Obama en la Casa Blanca. El inminente, dicen, desbloqueo de Cuba, la extinción de Guantánamo, la mirada puesta en el cambio climático son, entre otros, temas muy calientes y en los que está la fuerza de miles de millones de dólares en contra. Obama dice, de entrada, que retirará las tropas de Irak en 16 meses, algo que cortará los beneficios multimillonarios de muchas empresas dedicadas a la “defensa”, y a las inmiscuidas en “las guerras contra el terrorismo”. Quizás ofrezca develar los “misterios” relacionados con el 11 de septiembre y las Torres Gemelas.

En una nación fundada sobre el genocidio y construida sobre las espaldas de los esclavos, fue un momento inesperado, impactante por su sencillez: Barack Obama, un hombre bueno, un negro, dijo que llevaría el cambio a Washington, y a la mayoría de la gente le gustó la idea. Dice querer cambiar el mundo. ¿Puede? Desde luego, si algún político o presidente puede es el de EE.UU., de ahí la ola de esperanza que recorre nuestro continente y al mundo.

La fuerza de EE.UU. sobre América Latina se basaba en el poder que le señalaba la historia, y su imagen se basaba en esa aspiración de seguir los mimos pasos de los gobernantes allá en el norte. Hoy la realidad es algo distinta. El año 2001, el 73% de los latinoamericanos tenían una buena opinión de Estados Unidos, pero esta cifra ha bajando paulatinamente y en el 2007 llegó al 64%. La opinión generalizada era que no hacía diferencia quien fuese elegido presidente.

Esperemos a que el presidente electo Obama lo recuerde cuando piense en expandir la guerra en Afganistán. Estamos cansados y asqueados con esas guerras de mentira. Hoy nos alegramos y nos llenamos de esperanza por el triunfo de la decencia sobre el presidente Busch, del triunfo de la paz sobre la guerra, de la inteligencia sobre la estupidez.

Este triunfo del bien sobre el mal nos abre un camino de esperanza:

• Podemos arrebatar nuestra economía de manos de los ricos inconscientes y devolverla al pueblo.
• Se puede garantizar atención a la salud a todo ciudadano.
• Podemos dejar de derretir las placas de hielo polares debido al calentamiento global.
• Podemos impedir que sequen nuestros ríos.
• Que aquellos que cometieron crímenes horribles atentando contra los derechos humanos de sus conciudadanos serán llevados ante la justicia.
¡Todo es posible!

Si este hombre representa menos injusticia, menos guerra, menos desgracias, menos misiles, menos presos en Guantánamo, menos intromisión en nuestros países, menos asesinatos de líderes políticos y sociales de nuestros países, menos muertes de niños por bombas incomprensibles… creo que todos habremos ganado y el mundo podrá saborear entonces ese cambio.