Svappavaara, un pueblo a 2400 kilómetros del circulo polar
Por: Chelo
Llegamos a Suecia el 29 de marzo de 1988 cuando
tenía 11 años. Reconozco que los primeros días estaba feliz, el viaje en avión,
la nieve, Europa y todo lo que significaba encontrarse con una nueva cultura.
Primera vez que veía tanto orden, tanta limpieza y calles tan solas. Estocolmo
no se parecía para nada a Valparaíso, que era el único lugar que hasta ese
entonces conocía.
Llegamos por la
madrugada al aeropuerto Arlanda, mi madre tuvo que declarar por tres horas en
policía internacional, yo y mi hermana dormíamos en unos bancos, acurrucados y
muertos de frío. Luego de ahí fuimos enviados al campamento Karlslunds, que
queda a veinte kilómetros de Arlanda. En ese lugar me encontré con refugiados
de diferentes países, gente que venía arrancando de la guerra entre Irán e
Iraq, africanos y chilenos, estos últimos eran la mayoría de los acogidos.
Recuerdo muy bien un par de compatriotas que se encargaron de introducirnos en
lo cotidiano, nos explicaron todos los
detalles del campamento, dónde se conseguía la ropa de invierno, los horarios
del desayuno, en qué consistía el almuerzo, dónde quedaba la oficina para ir a
buscar “la plata” y los más importante: dónde se encontraban los teléfonos “pegados”
para llamar a Chile, etc. etc.1.
En los desayunos de
este primer campamento podía uno estimar la situación de los asilados, debíamos
llegar al restaurante temprano por las
mañanas, de lo contrario la gente se arrebataba los huevos cocidos, el pan y
los quesos, almacenaban los alimentos por culpa de traumas adoptados en la
guerra, por el hambre.
Después de un par
de días en Karlslunds fuimos enviados a Svappavaara, un pueblo a 2400
kilómetros del polo norte. La ciudad más cercana de este pueblucho es Kiruna, y
entre estos dos lugares hay aproximadamente 50 kilómetros. El paisaje en el
norte consiste de: bosque, nieve, renos y más bosque. El invierno es muy crudo
y obscuro, las temperaturas pasan por debajo de los – 20 grados. En ese lugar
se vive alrededor de un mes al año sin luz solar, ahí se puede apreciar la aurora
boreal, una rareza que se manifiesta solamente en regiones polares. Es una luminiscencia que aparece en el cielo nocturno y que va cambiando de forma y de colores.
Gente de otros países -especialmente los japoneses- pagan mucho dinero para
contemplar esto, y muchas veces se quedan con la ganas; yo vi ese espectáculo de
la naturaleza muchas veces.
Vivir
en ese campamento era
un poco surrealista, era como si hubiesen tomado una población chilena y la
hubiesen trasladado al polo norte. El tono era el mismo, mamás que llamaban por
las ventanas a sus hijos a almorzar, olor a cebolla con comino en los pasillos
de los edificios, cahuines por doquier y todo eso que se puede encontrar en una
población chilena. Ahí la colonia de mis coterráneos estaba dividida, por un
lado se encontraban los chilenos que se consideraban más importantes por ser
“refugiados políticos” y por el otro: los asilados por problemas económicos. Lo
interesante de esta intriga es que había dos organizaciones, una denominada:
Organización Salvador Allende y la otra, Rapa Nui no sé qué; las dos tenían
grupos de danzas folclóricas y eran rivales a muerte. Según me contaron
después, la calentura entre estos dos grupos se basaba en que uno de los
integrantes -no sé de cuál grupo- tenía un cassette con el Sau Sau y el otro
grupo no lo tenía.
Me metieron en un
curso con puros extranjeros, mis amigos eran todos chilenos y mi yunta era el
Ariel, un cabro de Santiago que tenía más o menos mi edad, era delgado, moreno
con el pelo erizado y de estatura un poco mas alta que yo; era seco para los
combos, iba de frente, na de huevadas, -no como yo, que nunca fui rosquero-. Un
día eso sí quedó la cagá, estábamos yo y él tratando de aprender a patinar
sobre hielo, en eso aparece un cabro finlandes 2. y nos empieza a acorralar con su
motocicleta. Ariel -obviamente- le echa la choriá, -así como levantando el
pecho- al mismo tiempo se quita los patines y se pone las botas, como
percibiendo lo que venía. El finlandés se baja de la moto y en cosa de segundos
estaban revolcándose en el hielo. Ariel le pegó una par de combos pero en un
momento queda en desventaja, el contrincante lo agarra con una llave por los
brazos y es ahí donde entro yo, ya me había quitado los patines, me acerco a
los gladiadores y le mando suculentos golpes en la cabeza con la parte filuda
de estos calzados al finlandés. Lo de después fue una arrancadera, vivimos
escondidos como una semana.
Nos llegó el permiso
de residencia en mayo de 1989, viví más de un año en ese lugar. Recuerdo el día
que me despedí de Ariel, era como dejar a un hermano, mucho después supe que
todavía vivía en el norte, en una ciudad llamada Luleå. Cuando salí de
Svappavaara me prometí que nunca más volvería a ese lugar tan opaco, después de
veinticuatro años todavía cumplo con mi promesa.