miércoles, 29 de agosto de 2012

      Paso por RDA


Por: Cecilia Valdés

Fue el 20 de Diciembre de 1976, en pleno invierno europeo, cuando abandonamos Rumania –el país que nos había acogido durante dos años y medio- e íbamos camino a Suecia, sin saber si nos permitirían entrar. Viajamos en avión hasta Berlín, RDA, donde debimos esperar once horas para tomar el tren a Estocolmo. La familia había aumentado y, además de Juan Pablo, Cristián y Tania, teníamos a Gonzalo, nacido en Bucarest, de un año y tres meses; por lo tanto el viaje era más complicado. Arribando al aeropuerto de Berlín, me dirigí a los servicios para cambiarle los pañales de género a Gonzalo, no fue posible, pues estaban cerrados. Después de ir inútilmente de un lado a otro, una funcionaria que había estado observándome, se acercó para ayudarme: se consiguió una llave para abrir el baño y, mientras yo mudaba a la guagua, respondiendo a su curiosidad, conversamos de nuestra situación en Chile, nuestro deambular y la esperanza en el nuevo destino, se conmovió por mi relato. Cuando estuve lista, me pidió que la esperara, desapareció unos instantes y al volver traía en sus manos un hermoso arreglo floral navideño de regalo; abrazándome me deseó buena suerte...! Aún veo el rostro sonriente de este ángel! 

Viajamos de noche y nos dimos cuenta que, mientras dormíamos, el tren había entrado en un enorme barco transformador. Cuando llegamos a Copenhague nos bajamos del tren para tomar el ferry que nos llevaría a la entrada a Suecia: Helsinfors, operación bastante dificultosa por la gran cantidad de maletas que llevábamos; después nos enteraríamos que no había necesidad de bajarse del tren, pues éste entraba al otro ferry. A bordo había una señora de unos setenta años que, habiendo observado nuestro ajetreo, se asercó a nosotros para conversar y saber de nuestra situación, nos dijo que le había llamado la atención nuestra familia y cúanto habían trabajado Juan y los niños en acarrear las maletas, mientras yo iba con la guagua y la pequeña. Por su parte, nos contó que cuando era jóven había recorrido Europa trabajando de trapecista en un circo, que estaba jubilada y andaba con su novio.

Cuando llegamos a la frontera de Suecia, en Helsingborg, había que pasar por el control policial, la señora me dijo que la siguiera, así lo hice llevando a Gonzalo en brazos y a Tania de la mano, mientras Juan y los niños se encargaban de las maletas. La señora habló con un policía y le explico quiénes éramos, me hicieron pasar a una oficina, me hicieron algunas preguntas, se preocuparon de la identificación de los niños y luego me dijeron: “¡Señora, bienvenidos a Suecia!”, en inglés, pues era el idioma en que habíamos hablado. Me reuní con el resto de la familia, nos apresuramos a la ventanilla de información, allí nos dijeron que el tren había partido y tendríamos que esperar varias horas para el próximo. Pero de pronto, apareció corriendo la señora, diciéndonos que nos diéramos prisa, pues “el tren nos estaba esperando”... La señora había hablado con el conductor para que nos esperara, creíamos que ella también subiría al tren, pero no fue así, allí desde el andén nos hacía señas nuestro ángel: aquella señora pequeñita, redondita, de bella sonrisa, que por nosotros hasta atrasó un tren...